En Data Urbana, te presentamos un ícono de la ciudad que ha sido testigo de la transformación de Posadas a lo largo de seis décadas.
En la orilla del río Paraná, donde la tierra se tiñe de rojo y el horizonte parece abrazar el cielo, se encuentra el Anfiteatro Manuel Antonio Ramírez. Situado sobre la barranca natural del cerro Pelón, que desciende hacia la Avenida Costanera Monseñor Jorge Kemerer, forma parte del Parque Paraguayo en Villa Sarita.
Este emblemático espacio, inaugurado el 17 de febrero de 1962, no solo es un lugar para eventos, sino un testigo de la historia de Posadas y un refugio para el alma.
Su creación surgió en un momento decisivo. El gobernador César Napoleón Ayrault, al notar la falta de infraestructura para el 29º Campeonato Argentino de Básquetbol, decidió construir un espacio que celebrara la cultura local. Con la dirección del arquitecto Jorge «Cacho» Pomar y el ingeniero Eugenio Beghé, el anfiteatro tomó forma en solo tres meses, como si creciera de la misma tierra que lo rodea.
Su nombre honra a Manuel Antonio Ramírez, un poeta y periodista que dejó una huella indeleble en Misiones. Nacido en Buenos Aires en 1911, Ramírez encontró en esta tierra colorada su verdadero hogar, convirtiéndose en un defensor de la cultura local. En cada verso que escribió, en cada palabra que pronunció, se siente el latido del lugar, un eco que resuena en las gradas del anfiteatro.
A lo largo de su historia, el anfiteatro ha sido un escenario de encuentros y emociones. Con capacidad para 5.000 personas, se transforma en un océano de rostros que comparten risas y aplausos, especialmente durante el Festival de la Música del Litoral, cuya primera edición se realizó en 1963. Aquí, la música se convierte en un lenguaje universal que une a la comunidad, tejiendo la historia de Posadas y de la regcon cada nota.
En 1990, el escenario fue nombrado «Alcibíades Alarcón», en honor a otro grande de la música misionera. Su voz, junto a la de tantos otros artistas, ha llenado el aire del anfiteatro de melodías y recuerdos, haciendo que cada presentación sea un momento único y compartido.
Cada visitante puede disfrutar de su belleza. Es como un símbolo de la identidad posadeña, funcionando no solo como un lugar físico, sino como un refugio para los recuerdos y sueños de su gente. Aquí, la historia, la identidad y la poesía se entrelazan, recordándonos que la esencia de una comunidad trasciende el tiempo, tejiendo un lazo que une generaciones. En sus gradas, la memoria colectiva sigue y seguirá viva
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